Hasta el final de su vida, el Abbé Pierre se dedica a ayudar a los demás. Al marcharse «de vacaciones», como solía decir, deja en herencia al movimiento Emaús su lucha. 

Henri Grouès —llamado Abbé Pierre— fallece la mañana del 22 de enero de 2007, en el hospital de Val-de-Grâce de París. Durante una semana, todo el movimiento Emaús, distintos países y sus responsables políticos le rinden homenaje, para dejar constancia de la pérdida de una «figura inmensa» de la lucha contra la pobreza. Personalidades y personas desconocidas acuden a visitar su féretro en la capilla de Val-de-Grâce, antes del homenaje oficial organizado en presencia de 3000 personas del mundo entero, en el polideportivo de París Bercy el 25 de enero. La ceremonia religiosa se celebra el día 26 en la catedral de Notre-Dame de París. Siguiendo la voluntad de la familia, se cambia el protocolo del homenaje nacional: compañeros de Emaús del mundo entero ocupan las dos primeras filas, delante de las más altas autoridades estatales. Los 1500 compañeros presentes en la catedral asisten a la ceremonia junto a miles de personas reunidas en la plaza y millones de telespectadores.  

Respetando el deseo del Abbé Pierre, se le entierra en la intimidad, al lado de Lucie Coutaz y Georges Legay, en el cementerio de Esteville, en Normandía (Francia).  

Desde la muerte del Abbé Pierre, el movimiento ha tenido que aprender a vivir sin su figura, que sigue siendo central: preservar la singularidad del movimiento adaptándonos a los nuevos desafíos, mantener viva nuestra fuerza de indignación contra las injusticias y actuar para demostrar que hay alternativas posibles. Este es el camino que recorremos quince años después del fallecimiento de un hombre con una trayectoria de vida y un compromiso extraordinarios. 

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